sábado, 9 de noviembre de 2013
Los almogávares y Tirante el Blanco
Versión sábado 14 de febrero de 2015, conmemoración de los santos Cirilo y Metodio, copatronos de Europa
Actualización del jueves 31 de marzo de 2016, festividad de San Teódulo.
Modestísimo homenaje a Cervantes en el tetracentenario de la publicación de la II Parte del Quijote (DQ-II).
Los almogávares entran en la leyenda
En la segunda parte de mi artículo titulado Tres intervenciones aragonesas pro-Bizancio comento la expedición de los almogávares a Constantinopla al servicio del Emperador Andrónico II. Éste era emperador único desde 1282, y rigió el Imperio hasta su muerte en 1328.
Aunque ya Muntaner, que formó parte del cuerpo expedicionario, dejó relación de las hazañas de los almogávares, éstas eran tan extraordinarias que pronto pasaron a ser leyenda.
Era inevitable que algún autor decidiera poner por escrito esta leyenda, lo que tomó algún tiempo: más de siglo y medio.
Tirant lo Blanc: autor y contenido
Según el Prof. Martín de Riquer, el valenciano -y de Gandía, por más señas- Joanot Martorell habría terminado la redacción de su novela, titulada Tirant lo Blanch, hacia 1460. Por aquel entonces acababa de salir de este valle de lágrimas Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón (1416-1458). Había sido muchos años rey de Aragón … a distancia, pues residía desde tiempo atrás en el Nápoles que había ganado, a cuya población se había ganado, y donde tenía su corte. Le habían representado en Aragón, bien su esposa la reina doña María de Castilla, bien su hermano y sucesor don Juan, que a la corona de Navarra (1425-1479) por su matrimonio con la reina titular doña Blanca, sumó la de Aragón desde 1458.
El autor Joanot Martorell, sin duda mal informado, manifiesta haber redactado Tirant lo Blanch en lengua valenciana. Mal informado debería estar, pues los actuales regidores de la lengua catalana y sus discípulos están concordes en afirmar que en realidad escribía en catalán, aunque el pobre Martorell murió sin enterarse.
Tirant lo Blanch era una extensísima novela -en verdad, primer libro de caballerías- compuesta nada menos que de cuatrocientos ochenta y siete (487 o, si se prefiere, CDLXXXVII) capítulos. Tras un largo introito más o menos autobiográfico, en el que aparecen el inglés Guillermo de Varoic (Warwick) y, después, sus desafíos a don Kirieleison de Montalbán, el héroe, como hiciera en el mundo real Roger de Flor, viaja de Sicilia a Constantinopla para ponerse al servicio del Emperador, al que el texto atribuye el nombre de Federico. Allí, en el Imperio, le suceden una serie de estupendas aventuras militares, amorosas, caballerescas, etc. y obtiene grandísimas victorias, no menores que las que obtuvieron los almogávares. Forma también parte de la acción el sitio de Malta por el sultán otomano, y su defensa por los caballeros sanjuanistas. Naves genovesas hacen acto de presencia, por supuesto a favor del sultán, como cabía esperar de la tortuosa política de esa República. Finalmente, el héroe fallece sin haber consumado su amor por la princesa Carmesina.
Tirant lo Blanch era rumano
Blanch es una dicción sui generis de Vlach, es decir, válaco, que es como se denominaba un grupo de etnia y lengua rumana. Hubo un héroe histórico así apellidado, de cuyo apodo no quiero acordarme.
Tirant lo Blanch: primeras ediciones
El texto tardó en ser impreso nada menos que treinta años, entre otras cosas porque era preciso dar tiempo a que el invento (~1450) de Gutenberg llegara a España ...
En cualquier caso, la primera edición se imprimió en Valencia en 1490: se trata, por lo tanto, de un incunable, y muy valioso.
Por entonces Fernando el Católico, (*1452, Sos del Rey Católico, Aragón) era ya rey de Sicilia (desde 1468 por donación de su padre el rey de Aragón Juan II), y de Castilla (desde 1474 por su matrimonio con doña Isabel, a la que contribuiría en convertir en reina titular de Castilla, y que después sería apellidada la Católica); era también rey de Aragón por herencia de su padre el rey don Juan II, fallecido en 1479; y estaba a dos años de completar la histórica conquista de Granada (2 de enero de 1492).
Se conoce una segunda edición del Tirant lo Blanch datada en Barcelona en 1497 y, claro está, también incunable.
La traducción castellana de 1511
Transcurrieron los años y, cuando Fernando el Católico, ya viudo de su primera esposa, había casado en segundas nupcias con doña Germana de Foix (1505), sobrina de Luis XII de Francia, y agregado a sus dominios el reino de Nápoles (1506), y estaba a punto de anexionarse Navarra (1512), apareció en Valladolid una versión en castellano del Tirant lo Blanch, con el título de Tirante el Blanco.
Eso sí, el texto olvidaba mencionar que era una mera traducción, así como el autor del original y el del traductor, que no son pequeños olvidos. Además era una traducción libre, libérrima podría decirse, ya que cortaba e inventaba con extraordinario desparpajo.
Motivos todos ellos para condenar tan espuria publicación, pero eran tiempos otros de los que, un siglo después, verían rasgarse las vestiduras a no pocos fariseos; y todo por la publicación de la segunda parte del Quijote, el pseudo-Quijote de Avellaneda (DQA), ya que DQII fue, como bien sabemos, posterior. Y eso que a ello había invitado el inmortal autor de la primera, con su famosa frasecita en italiano: Forse altri canterà con miglior plettro, y que esta vez el autor de la fechoría firmaba -eso sí, con pseudónimo- como Alonso Fernández de Avellaneda.
Es esta versión de Tirante el Blanco la que sin duda conocería Cervantes, y a la que aludiría muy elogiosamente en DQ-I, cap VI.
Impagable labor del profesor Martí(n) de Riquer
En 1947 se publicó en Barcelona la admirable edición crítica del Tirant lo Blanch, obra del prof. Martí(n) de Riquer.
Hubo que esperar a 1990 para que, también en Barcelona, se publicara la asimismo admirable edición crítica de la anónima traducción castellana, la titulada Tirante el Blanco, a cargo, cómo no, del meritísimo profesor barcelonés, que fallecería en su ciudad natal en 2013.
Bibliopiratas
El erudito portugués Camilo Castelo Branco se lamentaba en 1863, con toda la razón del mundo, de que un ejemplar incunable de la segunda edición de Tirant lo Blanch hubiera sido «ardidosamente transferido da biblioteca pública de Porto para a biblioteca particular do marqués de Salamanca». Este incunable, que salió a la venta en Madrid, con todo descaro, por seis mil pesetas (Ptas. 6,000,00), no interesó a ningún súbdito ibérico y, finalmente fue el merchante inglés Quaritch quien lo adquirió, para revenderlo de seguido por precio triple al hispanista norteamericano Hutchinson.
Traducciones al inglés
Las traducciones a este idioma, muy espaciadas en el tiempo, no son más respetuosas con el texto que la castellana.
La primera, obra de David H. Rosenthal, salió a la luz en Nueva York en 1984. La segunda traducción al inglés también se publicó en Nueva York, siendo su autor el también norteamericano Ray La Fontaine.
Ambas cortan, recortan y abrevian, aunque mucho más la primera que la segunda.
Traducción al portugués
Esta traducción merece tratamiento especial por la siguiente razón: Joanot Martorell dedica su obra al infante don Fernando, «rey expectante» de Portugal, como hijo y sucesor que era del rey don Duarte y de su esposa, la reina doña Leonor de Aragón, a los que acabó premuriendo. Sin duda era una muy loable dedicatoria. Pero aquí interesa comentar que Martorell añade en el colofón de la primera edición que el texto «fon traduit d'anglés en llengua portuguesa, e après en vulgar llengua valenciana.»
Martín de Riquer opina que ello no pasa de ser un recurso literario, y que esos imaginarios textos en inglés y portugués jamás existieron en el mundo real. Parece que tampoco existió el texto en valenciano, ya que, según comento más arriba, se nos instruye que, en realidad, estaba en catalán.
También Cervantes, que en su Quijote se inspira en el Tirante el Blanco más de lo que parece, afirma que su historia de don Quijote no es sino traducción del original arábigo que escribiera Cide Hamete Benengeli, «escritor arábigo y manchego». Este recurso literario, en el que se insiste capítulo tras capítulo, encierra además socarrón humorismo, pues Benengeli significa «el berenjenero», y con este remoquete se zahería en aquellos tiempos a los toledanos. Sin duda nuestro Príncipe de los Ingenios era muchísimo más hábil escribiendo que ganando amigos, como señala agudamente el prólogo de DQA. Tiene también en este caso interés especial la traducción árabe, que no sería sino restitución del «original» perdido ...
Volviendo al Tirant o Tirante, llegamos a 1998, en que aparece en São Paulo la traducción portuguesa moderna, a cargo del profesor brasileño Cláudio Giordano, en la que se recuperaría el «original» portugués. En ella se prefigura la tendencia de, por ejemplo, la reciente (2004) traducción francesa del Quijote, cuidadísimo trabajo de Aline Schulman, que moderniza el lenguaje, estimando que los lectores modernos tenemos el mismo derecho que los antiguos a disponer de un texto en lenguaje fresco y vivo, y no en lenguaje arcaico. Lo que ocurre es que, en ambas traducciones, se recurre necesariamente a trocear las frases largas, y a resumir los circunloquios. Ahora bien, estos circunloquios forman parte indispensable de ambos textos, el Tirant y el Quijote. Y ambos textos recurren a utilizar lenguaje ya arcaico en la época, recurso literario que se esfuma con este tipo de estrategias traductoras.
Cabe resaltar que el editor de la versión portuguesa invitó a prologarla al eximio escritor peruano Mario Vargas Llosa, que goza también de la nacionalidad española, que sería galardonado con el Premio Nóbel de Literatura 2010, y creado en 2011 Marqués de Vargas Llosa por el Rey de España don Juan Carlos I. La invitación a prologar se habría apoyado desde luego en la categoría literaria de Vargas, pero, también, en que la presunta catalanidad de su segundo apellido (y digo presunta porque La Llosa es un topónimo valenciano que alcanzó protagonismo en la Guerra de los dos Pedros) apoyaría su papel de puente interlingüístico.
Ya en marzo de 2016 le cabría a Vargas -en su 80º aniversario- desempeñar de nuevo el papel de puente, esta vez de «puente de Alcolea», entre dos políticos españoles en sintonía imperfecta.
En fin: soy de los que creen que toda traducción es una misión imposible de ejecutar de modo enteramente satisfactorio, y que lo ideal sería aprender el idioma original y gozar así del texto en su propio lenguaje.
Reconozco, sin embargo, que esta fórmula tiene sus dificultades y sus inconvenientes ... pero, en el caso del Tirant lo Blanch y los hispanoparlantes, el esfuerzo sería mucho menor que en otros casos, y daría sus buenos frutos de mejor entendimiento entre españoles con distintas lenguas maternas.
Actualización del jueves 31 de marzo de 2016, festividad de San Teódulo.
Modestísimo homenaje a Cervantes en el tetracentenario de la publicación de la II Parte del Quijote (DQ-II).
Los almogávares entran en la leyenda
En la segunda parte de mi artículo titulado Tres intervenciones aragonesas pro-Bizancio comento la expedición de los almogávares a Constantinopla al servicio del Emperador Andrónico II. Éste era emperador único desde 1282, y rigió el Imperio hasta su muerte en 1328.
Aunque ya Muntaner, que formó parte del cuerpo expedicionario, dejó relación de las hazañas de los almogávares, éstas eran tan extraordinarias que pronto pasaron a ser leyenda.
Era inevitable que algún autor decidiera poner por escrito esta leyenda, lo que tomó algún tiempo: más de siglo y medio.
Tirant lo Blanc: autor y contenido
Según el Prof. Martín de Riquer, el valenciano -y de Gandía, por más señas- Joanot Martorell habría terminado la redacción de su novela, titulada Tirant lo Blanch, hacia 1460. Por aquel entonces acababa de salir de este valle de lágrimas Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón (1416-1458). Había sido muchos años rey de Aragón … a distancia, pues residía desde tiempo atrás en el Nápoles que había ganado, a cuya población se había ganado, y donde tenía su corte. Le habían representado en Aragón, bien su esposa la reina doña María de Castilla, bien su hermano y sucesor don Juan, que a la corona de Navarra (1425-1479) por su matrimonio con la reina titular doña Blanca, sumó la de Aragón desde 1458.
El autor Joanot Martorell, sin duda mal informado, manifiesta haber redactado Tirant lo Blanch en lengua valenciana. Mal informado debería estar, pues los actuales regidores de la lengua catalana y sus discípulos están concordes en afirmar que en realidad escribía en catalán, aunque el pobre Martorell murió sin enterarse.
Tirant lo Blanch era una extensísima novela -en verdad, primer libro de caballerías- compuesta nada menos que de cuatrocientos ochenta y siete (487 o, si se prefiere, CDLXXXVII) capítulos. Tras un largo introito más o menos autobiográfico, en el que aparecen el inglés Guillermo de Varoic (Warwick) y, después, sus desafíos a don Kirieleison de Montalbán, el héroe, como hiciera en el mundo real Roger de Flor, viaja de Sicilia a Constantinopla para ponerse al servicio del Emperador, al que el texto atribuye el nombre de Federico. Allí, en el Imperio, le suceden una serie de estupendas aventuras militares, amorosas, caballerescas, etc. y obtiene grandísimas victorias, no menores que las que obtuvieron los almogávares. Forma también parte de la acción el sitio de Malta por el sultán otomano, y su defensa por los caballeros sanjuanistas. Naves genovesas hacen acto de presencia, por supuesto a favor del sultán, como cabía esperar de la tortuosa política de esa República. Finalmente, el héroe fallece sin haber consumado su amor por la princesa Carmesina.
Tirant lo Blanch era rumano
Blanch es una dicción sui generis de Vlach, es decir, válaco, que es como se denominaba un grupo de etnia y lengua rumana. Hubo un héroe histórico así apellidado, de cuyo apodo no quiero acordarme.
Tirant lo Blanch: primeras ediciones
El texto tardó en ser impreso nada menos que treinta años, entre otras cosas porque era preciso dar tiempo a que el invento (~1450) de Gutenberg llegara a España ...
En cualquier caso, la primera edición se imprimió en Valencia en 1490: se trata, por lo tanto, de un incunable, y muy valioso.
Por entonces Fernando el Católico, (*1452, Sos del Rey Católico, Aragón) era ya rey de Sicilia (desde 1468 por donación de su padre el rey de Aragón Juan II), y de Castilla (desde 1474 por su matrimonio con doña Isabel, a la que contribuiría en convertir en reina titular de Castilla, y que después sería apellidada la Católica); era también rey de Aragón por herencia de su padre el rey don Juan II, fallecido en 1479; y estaba a dos años de completar la histórica conquista de Granada (2 de enero de 1492).
Se conoce una segunda edición del Tirant lo Blanch datada en Barcelona en 1497 y, claro está, también incunable.
La traducción castellana de 1511
Transcurrieron los años y, cuando Fernando el Católico, ya viudo de su primera esposa, había casado en segundas nupcias con doña Germana de Foix (1505), sobrina de Luis XII de Francia, y agregado a sus dominios el reino de Nápoles (1506), y estaba a punto de anexionarse Navarra (1512), apareció en Valladolid una versión en castellano del Tirant lo Blanch, con el título de Tirante el Blanco.
Eso sí, el texto olvidaba mencionar que era una mera traducción, así como el autor del original y el del traductor, que no son pequeños olvidos. Además era una traducción libre, libérrima podría decirse, ya que cortaba e inventaba con extraordinario desparpajo.
Motivos todos ellos para condenar tan espuria publicación, pero eran tiempos otros de los que, un siglo después, verían rasgarse las vestiduras a no pocos fariseos; y todo por la publicación de la segunda parte del Quijote, el pseudo-Quijote de Avellaneda (DQA), ya que DQII fue, como bien sabemos, posterior. Y eso que a ello había invitado el inmortal autor de la primera, con su famosa frasecita en italiano: Forse altri canterà con miglior plettro, y que esta vez el autor de la fechoría firmaba -eso sí, con pseudónimo- como Alonso Fernández de Avellaneda.
Es esta versión de Tirante el Blanco la que sin duda conocería Cervantes, y a la que aludiría muy elogiosamente en DQ-I, cap VI.
Impagable labor del profesor Martí(n) de Riquer
En 1947 se publicó en Barcelona la admirable edición crítica del Tirant lo Blanch, obra del prof. Martí(n) de Riquer.
Hubo que esperar a 1990 para que, también en Barcelona, se publicara la asimismo admirable edición crítica de la anónima traducción castellana, la titulada Tirante el Blanco, a cargo, cómo no, del meritísimo profesor barcelonés, que fallecería en su ciudad natal en 2013.
Bibliopiratas
El erudito portugués Camilo Castelo Branco se lamentaba en 1863, con toda la razón del mundo, de que un ejemplar incunable de la segunda edición de Tirant lo Blanch hubiera sido «ardidosamente transferido da biblioteca pública de Porto para a biblioteca particular do marqués de Salamanca». Este incunable, que salió a la venta en Madrid, con todo descaro, por seis mil pesetas (Ptas. 6,000,00), no interesó a ningún súbdito ibérico y, finalmente fue el merchante inglés Quaritch quien lo adquirió, para revenderlo de seguido por precio triple al hispanista norteamericano Hutchinson.
Traducciones al inglés
Las traducciones a este idioma, muy espaciadas en el tiempo, no son más respetuosas con el texto que la castellana.
La primera, obra de David H. Rosenthal, salió a la luz en Nueva York en 1984. La segunda traducción al inglés también se publicó en Nueva York, siendo su autor el también norteamericano Ray La Fontaine.
Ambas cortan, recortan y abrevian, aunque mucho más la primera que la segunda.
Traducción al portugués
Esta traducción merece tratamiento especial por la siguiente razón: Joanot Martorell dedica su obra al infante don Fernando, «rey expectante» de Portugal, como hijo y sucesor que era del rey don Duarte y de su esposa, la reina doña Leonor de Aragón, a los que acabó premuriendo. Sin duda era una muy loable dedicatoria. Pero aquí interesa comentar que Martorell añade en el colofón de la primera edición que el texto «fon traduit d'anglés en llengua portuguesa, e après en vulgar llengua valenciana.»
Martín de Riquer opina que ello no pasa de ser un recurso literario, y que esos imaginarios textos en inglés y portugués jamás existieron en el mundo real. Parece que tampoco existió el texto en valenciano, ya que, según comento más arriba, se nos instruye que, en realidad, estaba en catalán.
También Cervantes, que en su Quijote se inspira en el Tirante el Blanco más de lo que parece, afirma que su historia de don Quijote no es sino traducción del original arábigo que escribiera Cide Hamete Benengeli, «escritor arábigo y manchego». Este recurso literario, en el que se insiste capítulo tras capítulo, encierra además socarrón humorismo, pues Benengeli significa «el berenjenero», y con este remoquete se zahería en aquellos tiempos a los toledanos. Sin duda nuestro Príncipe de los Ingenios era muchísimo más hábil escribiendo que ganando amigos, como señala agudamente el prólogo de DQA. Tiene también en este caso interés especial la traducción árabe, que no sería sino restitución del «original» perdido ...
Volviendo al Tirant o Tirante, llegamos a 1998, en que aparece en São Paulo la traducción portuguesa moderna, a cargo del profesor brasileño Cláudio Giordano, en la que se recuperaría el «original» portugués. En ella se prefigura la tendencia de, por ejemplo, la reciente (2004) traducción francesa del Quijote, cuidadísimo trabajo de Aline Schulman, que moderniza el lenguaje, estimando que los lectores modernos tenemos el mismo derecho que los antiguos a disponer de un texto en lenguaje fresco y vivo, y no en lenguaje arcaico. Lo que ocurre es que, en ambas traducciones, se recurre necesariamente a trocear las frases largas, y a resumir los circunloquios. Ahora bien, estos circunloquios forman parte indispensable de ambos textos, el Tirant y el Quijote. Y ambos textos recurren a utilizar lenguaje ya arcaico en la época, recurso literario que se esfuma con este tipo de estrategias traductoras.
Cabe resaltar que el editor de la versión portuguesa invitó a prologarla al eximio escritor peruano Mario Vargas Llosa, que goza también de la nacionalidad española, que sería galardonado con el Premio Nóbel de Literatura 2010, y creado en 2011 Marqués de Vargas Llosa por el Rey de España don Juan Carlos I. La invitación a prologar se habría apoyado desde luego en la categoría literaria de Vargas, pero, también, en que la presunta catalanidad de su segundo apellido (y digo presunta porque La Llosa es un topónimo valenciano que alcanzó protagonismo en la Guerra de los dos Pedros) apoyaría su papel de puente interlingüístico.
Ya en marzo de 2016 le cabría a Vargas -en su 80º aniversario- desempeñar de nuevo el papel de puente, esta vez de «puente de Alcolea», entre dos políticos españoles en sintonía imperfecta.
En fin: soy de los que creen que toda traducción es una misión imposible de ejecutar de modo enteramente satisfactorio, y que lo ideal sería aprender el idioma original y gozar así del texto en su propio lenguaje.
Reconozco, sin embargo, que esta fórmula tiene sus dificultades y sus inconvenientes ... pero, en el caso del Tirant lo Blanch y los hispanoparlantes, el esfuerzo sería mucho menor que en otros casos, y daría sus buenos frutos de mejor entendimiento entre españoles con distintas lenguas maternas.
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