jueves, 2 de abril de 2015
LA BATALLA DE MANCIQUERTA
Versión: jueves 23 de junio de 2016
Prolegómeno
1.-El Imperio de Basilio II
A la muerte de Basilio II, el Imperio Bizantino se extendía desde el Adriático hasta el reino de Armenia. Había absorbido al imperio búlgaro del zar Samuel, a costa de matanzas que valieron a Basilio II el apodo de Bulgaróctonos, es decir, matabúlgaros. En sus fronteras no había enemigos activos, pues se convivía con los pechenegos, y se había llegado a un equilibrio con ambos califatos: el sunnita de Bagdad, y el chiíta de El Cairo. En el erario imperial había acumulado un inmenso tesoro, y el Ejército se nutría de soldados mediante el sistema de themas.
2.- Decadencia y amenazas
Durante los reinados siguientes, la prosperidad se vio progresivamente erosionada por la avidez y prepotencia de los grandes latifundistas, tanto civiles como eclesiásticos, que iban obteniendo exenciones tributarias siempre crecientes, mientras el peso del fisco caía a plomo sobre los pequeños propietarios.
La fortaleza del ejército fue también disminuyendo, al extinguirse el sistema de themas, sustituido por la pronoia. Consistía ésta en que el gran terrateniente tenía que aportar al Ejército el mismo número de trabajadores agrícolas, que habían sido pequeños propietarios con el sistema anterior. El sistema funcionaba igual, pero solamente en teoría, pues resulta palmaria la falta de entusiasmo con que terratenientes y pronoiarios contemplaban el Ejército, los primeros porque les costaba caro, y los segundos, por razones obvias. Así se sentaron las bases para que Anatolia, otrora vivero de Bizancio, se viera progresivamente despoblada de griegos. Además fue preciso recurrir a tropas mercenarias, siempre menos fiables que las propias, y muchísimo más caras.
Dos opciones políticas fueron dibujándose cada vez con más fuerza: el Senado, débil reflejo de los mejores tiempos de la República Romana, y la aristocracia militar, partidaria de un emperador autocrático.
La ruta de la seda, un río de riqueza para Bizancio, se vio estrangulada por el avance de nómadas de etnia turca que, con los nombres de cumanos, uzos, gaznavíes y selyúcidas, abandonaban el Asia Central y se cernían primeramente sobre los sultanatos de la Transoxiana, después sobre Persia y, finalmente, sobre el mismísimo Califato abbasí de Bagdad. La vida de Avicena (980-1037), príncipe de los médicos, nacido cerca de Bojara y muerto en Hamadan (antigua Ecbatana), no fue sino una huida constante ante el avance de los turcos gaznavíes.
Absorción de Armenia
De los cuatro estados armenios que existían entonces (Kars, Lori, Ani y Vaspuragan), demasiado débiles para resistir el embate de los jinetes de las estepas, el regido por la dinastía bagrátida tenía su próspera capital en Ani (en armenio Անի), con magníficas iglesias y rodeada de poderosas murallas. El Emperador Constantino IX Monómaco (1042-1055) decidió absorberlo (1045). Así se relata en [3], Libro VI, CLXXIX:
«Il avait l'âme flottante et diverse [‘Ετερογνωμων δε την ψυχην ων], et n'était pas sur tous les points conforme à lui-même. Il avait un ardent désir de se faire un principat illustre, et certes il n'a pas entièrement manqué son but; en effet, du côté de l'Orient il a porté beaucoup plus avant les frontières de l'Empire, et il s'est approprié une grande partie du pays des Arméniens, dont il a chassé certains rois [‘ηγεμονας] qu'il a fait rentrer dans l'orbe de ses sujets.»
(De alma dubitativa, no estaba en todos los puntos conforme consigo mismo. Tenía un deseo ardiente de que su poder alcanzara renombre, y ciertamente no fracasó enteramente en su objetivo; en efecto, por la parte de Anatolia llevó mucho más adelante su hegemonía, y se apropió de una gran parte del país de los armenios, a algunos de cuyos hegemones depuso haciéndolos entrar en la órbita de sus súbditos).
Quien así escribía era el filósofo, historiador y eminente polígrafo Miguel Psellos, (en griego Μιχαηλ Ψελλος), secretario del Emperador, que acabó dejando el cargo para hacerse monje.
Pero pronto toda esa área sería, a pesar de todo, engullida por selyúcidas y turcomanos.
Cisma entre cristianos
En 1054, siendo Miguel Cerulario patriarca de Constantinopla, se produjo un acontecimiento al que no se prestó inicialmente mayor atención, pero cuyas consecuencias universales aún perduran: el cisma entre el Oriente y el Occidente cristianos. Constantino IX fallecería a principios del año siguiente, sin remediar el problema. Las recíprocas excomuniones no serían levantadas hasta 1965.
El Califa proclama Sultán de Oriente y Occidente a Tugril Beg
Los pueblos turanios, antepasados de turcos y turcomanos, nomadeaban desde la más remota antigüedad por los inmensos espacios del Asia Central. Fueron desplazándose más y más hacia el sur, y ya en el periodo 750-1055 existió un estado oguz entre los mares Caspio y Aral, y entre los ríos Ural y Amu-Daria (Yaxartes), que entró en contacto con el mundo persa. El vocablo turco «oguz» significa «ocho tribus». Ya islamizados, se infiltraron en el Califato de Bagdad, donde se distinguió entre turcos selyúcidas y turcomanos, y donde el 26º Califa al-Qa'im (1031-1075), reservándose el poder espiritual, entregó el poder temporal al caudillo selyúcida Tugril Beg. Proclamándolo Sultán de Oriente y Occidente, lo convirtió hasta su muerte (1063) en protector del Califato.
Constantino X Ducas (1059-1067)
Tras el corto reinado de Isaac I Comneno (1057-1058), eximio representante de la aristocracia militar, y que defendió con éxito las fronteras, le sucedió Constantino X (1059-1067). Grande amigo de Leichoudes, sucesor de Cerulario en el patriarcado de Constantinopla, y de Miguel Psellos, que había sido secretario de Constantino IX, y proedros (presidente) del Senado con Isaac Comneno, fue el propio Psellos quien le calzó las «estivales» (así designa [2] a las chinelas de púrpura).
El partido civilista en el poder se apresuró a recortar los gastos militares, pero lo hizo en el momento más inoportuno. En efecto, a la muerte de Tugril Beg (1063), le sucedió como Sultán su sobrino Alp Arslan, quien recrudeció la agresividad de turcos selyúcidas y de turcomanos. Tomó Ani (1065), devastó Cilicia, y saqueó (1067) Cesárea de Capadocia (hoy Eski Kayseri), llevándose como botín todo lo que encontró en la iglesia de San Basilio (San Basilio Magno había sido, siglos atrás, arzobispo de Cesárea y, por su vida y doctrina, uno de los primitivos ocho Padres de la Iglesia Universal). Consiguió así desestabilizar todo el enorme espacio entre las montañas de Armenia y el Egeo.
Intento de reacción bizantina: Romano IV Diógenes
Murió entonces (1067) Constantino X Ducas, pasando a gobernar la emperatriz viuda Eudoxia (en griego Ευδοκια), que era sobrina del anterior patriarca Miguel Cerulario. Eudoxia indultó de una acusación de sedición al estratego Romano Diógenes, magnate de Capadocia, «soldado eficiente y valeroso que se había destacado en las guerras contra los pechenegos» ([1], p. 338).
Atribulada, Eudoxia decía a Miguel Psellos: «¿No sabes que para nosotros se marchitan los asuntos del Imperio y que van menguando, mientras se reencienden numerosas guerras y que la horda bárbara asola toda la Anatolia?». ([3], Libro VII, III, VI).
Tras este introito, la Emperatriz informó a Psellos de que había ya decidido llamar a Romano Diógenes a Constantinopla, para ofrecerle su mano. No sería ajeno a tan sorprendente decisión el viril atractivo del valiente guerrero, que no habría aún cumplido los cuarenta años. Romano aceptó, celebrándose la boda el día de Año Nuevo de 1068, no sin oposición de muchos, entre los que se encontraban los integrantes de la Guardia Varega y, sobre todo, el clan de los Ducas, acaudillado por Psellos, y apoyado por el césar Juan Ducas, hermano del difunto Constantino X. Todos ellos recibieron la decisión de Eudoxia, respaldada por el partido militarista, con un frío glacial.
Opina Renauld ([3], Tomo II, p. 155, nota 3): «Psellos est hostile à ce mariage ... et cela pour deux raisons qu'il n'avoue pas, mais faciles à deviner. Ce mariage excluait momentanément du pouvoir son disciple bien-aimé, le jeune Michel, en qui il avait mis toutes ses espérances, et l'avènement de Diogène signifiait le triomphe du parti militaire sur le parti de la cour, dont Psellos était le chef.»
(Psellos es hostil a este matrimonio ... y ello por dos razones que él no confiesa, pero fáciles de adivinar. Este matrimonio excluía momentáneamente del poder a su discípulo bienamado, el joven Miguel, en quien había puesto todas sus esperanzas, y el advenimiento de Diógenes significaba el triunfo del partido militar sobre el partido de la corte, cuyo jefe era Psellos.)
Comienza así y aquí el primer acto de la tragedia que amagaba. Opina Ostrogorsky: «La oposición del partido de Psellos saboteó el intento de salvación del Emperador» ([1], p. 338).
Las tres primeras campañas de Romano IV Diógenes
Romano IV Diógenes, para escapar de las intrigas de la corte, y de los intentos de la Emperatriz para manipularlo, se entregó de lleno a la guerra, que era lo que sabía hacer, y para lo que se le había escogido.
1. Campaña de 1068
Los sarracenos de Alepo amenazaron Antioquía, y el Emperador se dirigió allá con tropas uzas. De camino, supo que los selyúcidas habían saqueado Neocesarea del Ponto (hoy Niksar), patria de San Gregorio Taumaturgo. Mientras el grueso de las tropas seguía su camino, el Emperador, al frente de un destacamento, cayó desde Sebaste (actual Sivas) sobre los merodeadores, que escaparon abandonando el botín. Se reunió entonces con el grueso del ejército y, por Germanicea, se internó en el emirato de Alepo, apoderándose de Hierápolis (hoy Manbij, en Siria), a 30 km del Éufrates, ciudad que fortificó. Volvió sobre sus pasos. Tras cruzar hacia Occidente las Puertas de Cilicia, supo que los selyúcidas habían saqueado Amorion, escapando con el botín. Ya nada pudo hacer. Continuando su regreso, no llegaría a Constantinopla hasta enero de 1069.
2. Campaña de 1069
En la lejana Edesa (posteriormente Urfa, hoy Sinlurfa, Turquía) se sublevó -tal vez reclamando sus pagas atrasadas- el normando Roberto Crispín, que fue apresado y enviado a Abydos. Un nuevo saqueo turco de Cesárea espoleó al Emperador a dirigirse a su Capadocia natal para librarla de merodeadores. Hecho esto, lanzó entonces su aplazada ofensiva. En esta su segunda campaña se hizo acompañar de Miguel Psellos. Pasando por Melitene, cruzó el Éufrates en Romanópolis y, dejando atrás una sustancial fuerza al mando de Filaretos Brachamios, avanzó en dirección a Ahlat, a orillas del lago Van. Pero los jinetes selyúcidas derrotaron a Filaretos y saquearon Iconio. Aunque el Emperador volvió sobre sus pasos, tratando de cortarles la retirada, los bárbaros consiguieron escapar a través de Cilicia con el botín logrado.
3.- Campaña de 1070
Este año, Romano permaneció en Constantinopla. Envió una flota con abundantes víveres y pertrechos a Bari, último bastión del Imperio en Italia, sitiada por los normandos de Sicilia. El objetivo era que prolongara su resistencia mientras él concentraba sus esfuerzos en frenar las algaras de los turcos en Anatolia, que era el peligro mayor. Pero la flotilla de socorro fue interceptada, y Bari nunca recibió ayuda, por lo que acabaría rindiéndose al año siguiente (15 de abril de 1071).
En Constantinopla, mientras tanto, Romano redujo los gastos en ceremonial y en el embellecimiento de la propia capital del Imperio. Recortó los emolumentos de muchos cortesanos -lo que le ganó enconados enemigos-, suprimió espectáculos en el Hipódromo -lo que le hizo impopular-, y mejoró la disciplina de las fuerzas mercenarias, que buena falta hacía.
No dejó por ello de enviar también este año contra los turcos al ejército imperial, al mando de Manuel Comneno, sobrino de Isaac I Comneno, el que fue Emperador, y hermano mayor del futuro Alejo I Comneno. Pero Manuel cayó prisionero del caudillo turco Kroudj, al que convenció de que le acompañara a Constantinopla a entrevistarse con Romano, con quien pactó paz y alianza. Esto irritó sobremanera al Sultán Alp Arslan, que se vio puenteado, y que atacó de forma fulminante, apoderándose de Manciquerta (en griego Mανζικερτ, actual Malazgirt) y de Archesh (actual Erciș), ambas localidades fortificadas armenias próximas al lago Van.
Gran ejército para recuperar Manciquerta
En 1071, Romano IV ofreció al Sultán intercambiar estas dos poblaciones por Hierápolis, que él había capturado y fortificado en 1068. No esperó la respuesta cruzado de brazos, sino que, ya en primavera, reunió no sin dificultad un numeroso aunque heterogéneo ejército, que podría contar con 60.000 o 70.000 combatientes, entre tropas mercenarias y tropas autóctonas. Al frente del mismo, avanzó hasta Teodosiópolis (actual Erzurum), a más de mil kilómetros de Constantinopla (agosto de 1071), decidido a recuperar Manciquerta manu militari.
Para todas estas medidas no buscaba consejo ni siquiera en la emperatriz, actuando de forma absolutamente autocrática y sin consultar con nadie o, al menos, con nadie del partido del propio Psellos (de lo que Psellos se queja amargamente en su Cronografía).
Por entonces, Alp Arslan y sus jinetes, siguiendo instrucciones del Califa de Bagdad, sitiaban Alepo, cuyo emir era vasallo del 8º Califa fatimí al-Mustansir (1036-1094). Los fatimíes eran musulmanes chiítas, mientras que abbasíes y turcos eran musulmanes sunnitas.
Antes de Manciquerta
Avanzando desde Teodosiópolis hacia el sureste, el Emperador volvió a adoptar la táctica que tan mal resultado le había dado en 1069: dividir su ejército. Envió la mitad de sus tropas, bajo el mando del franco Roussel de Bailleul y del georgiano José Tarchaniotes, a cubrir desde Chliat (actual Ahlat, a orillas del lago Van) hacia el oeste, entre el Éufrates Oriental (Murat Çayi) al norte, y la cabecera del Tigris (Dicle) al este. Mientras tanto, él mismo avanzaba hacia Manciquerta, en la orilla sur del citado Éufrates Oriental. Esta pequeña ciudad fortificada, situada a 150 km al sureste de Teodosiópolis, y separada del lago Van por apenas 50 km en línea recta, se rindió en seguida, sin apenas resistencia.
El problema es que Romano, al que sus informadores insistían en asegurar que Alp Arslan estaba lejos, profundizando hacia el sur, quedó en situación comprometida. Alargando así más aún sus líneas se engolfó en un despoblado, dominado por una cumbre de 4058 msnm. A unos 50 km de Manciquerta quedaba el lago Van, lago salado, sin ríos ni arroyos en su margen norte, donde tenía que dar de beber en pleno agosto a sus tal vez más de treinta mil hombres con sus caballos. Quizás no exagerara demasiado el cronista Miguel Psellos cuando acusaba a Romano de avanzar sin objetivo claro, y asumiendo gravísimos riesgos. Además, adoptaba todas estas decisiones personalmente, sin pedir consejo a nadie; con ello, él, un advenedizo, cargaba en solitario con toda la responsabilidad.
Descripción del terreno
Toda esta Anatolia oriental (y perdón por la redundancia, pues «anatolia» significa «oriente» en griego) fue en lo antiguo el poderoso reino de Urartu, región de montañas dominando tres lagos: Sevan, Van y Urmia, y coronada por la enorme mole del monte Urartu/Ararat (5165 msnm). A ~120 km al suroeste del monte Ararat, a ~200 km al sureste de Teodosiópolis, y a ~200 km al norte de Mosul, se extiende el lago Van. De forma irregular, mide 120 km de este a oeste, y 80 km de norte a sur. Cubre un área de 3.755 km2, se halla a 1.640 msnm (el ibón de Panticosa, en pleno Pirineo aragonés, está a 1.636 msnm), y su máxima profundidad es de 450 m. El Tigris Oriental discurre de este a oeste al sur de las montañas del Tauro Armenio, que delimitan la orilla meridional del lago Van, cuya cuenca endorreica (unos 15.000 km2) se alimenta de torrentes y de pequeños arroyos. Ricas en carbonato sódico y en otras sales, las aguas del lago permanecen libres de hielos incluso durante el invierno. La ciudad de Van, capital que fue del desaparecido reino de Urartu, está en su orilla oriental, y la fortaleza de Ahlat, en la orilla norte, al suroeste de Manciquerta.
Llega Alp Arslan con sus jinetes arqueros
Rendida Manciquerta, y para abastecer a su numeroso ejército, el Emperador envió por toda la región hasta las estribaciones del Ararat forrajeadores al mando de Nicéforo Bryennio. Éste, abrumado por el número y la belicosidad de los escuadrones turcos que le iban saliendo al paso, se vió obligado a pedir refuerzos. El Emperador, reticente al principio, le envió después a Nicéforo Basilaki, duque de Teodosiópolis, con un fuerte destacamento.
Consta en la historia de Alejandro Magno que, aunque los jinetes de las estepas ya eran entonces –antes de inventarse el estribo- expertos en la táctica de la tornafuga, el genial estratega macedonio consiguió vencerlos, hecho nunca antes visto. Esta vez, los nuevos jinetes de las estepas, que ya utilizaban el estribo, al igual que los bizantinos, y que se enfrentaban a alguien mucho menos brillante que Alejandro, atrajeron a Basilaki a un imprudente avance, lo rodearon, y lo capturaron vivo, tras abatir a su caballo. Pero aún tendrían mejor ocasión de demostrar su acreditada pericia.
Lo que no sabían Bryennio ni el Emperador - así lo afirma Psellos: «Ce qui n'échappa à ma sagacité échappa à la sienne» (Lo que no escapó a mi sagacidad escapó a la suya)([3], Libro VII, XX, p. 161) - es que se enfrentaban ya al grueso de las tropas turcas, bajo la dirección personal de Alp Arslan. En una marcha relámpago, el Sultán turco había recorrido de oeste a este los 500 km que separan Alepo de Mosul para levantar refuerzos en esta última ciudad y, remontando el Tigris (en turco, Dicle) había recorrido además de sur a norte los 200 km adicionales que le separaban del lago Van. Las fuentes no dicen si, después de esta hazaña, contorneó el lago por el este, por el oeste, o por ambas márgenes a la vez.
¿Cuál fue la estrategia de Alp Arslan?
Tal vez, y sólo tal vez, Alp Arslan enviara directamente a Amida (en armenio, Tigranocerta; en turco moderno, Diyarbakir, la ciudad de las murallas negras, fortificada por Constancio II, junto al Alto Tigris) las tropas que tenía en Alepo. Desde Amida, remontando el Éufrates, llegarían hasta Bitlis, en el extremo occidental del lago Van. Este vector habría inducido el precipitado repliegue hacia Melitene de la mitad del ejército bizantino acaudillada por Roussel y Tarchaniotes, para evitar quedar envueltos.
Mientras, con algún retraso, pero con la presencia personal de Alp Arslan, las tropas de Mosul remontarían el Tigris y, después, el Tigris Oriental, en turco Botan Çayi (el Centrites - Κεντριτης - de la Anábasis (2), que separaba los carducos de los armenios) para llegar a la ciudad de Van y, contorneando el lago por el este, sorprenderían desde el nordeste a los forrajeadores bizantinos, que no los esperaban en esa región.
Esta teoría, basada en lo absurdo de obligar a las tropas de Alepo a dar el tremendo rodeo por Mosul, y en la ventaja de que ambas rutas, discurriendo una a lo largo del Éufrates, otra a lo largo del Tigris, permitían así beber cómodamente a lo largo de todo el viaje, a hombres y bestias; esta teoría, decimos, explicaría también –sin recurrir a la traición, que tampoco puede excluirse- por una parte, el inesperado repliegue hacia Melitene de la mitad del ejército imperial, y explicaría, por otra, la sorpresiva aparición del grueso del ejército turco al nordeste del lago Van.
Descripción de la batalla de Manciquerta
Cedo en este punto la palabra al Libro de los Emperadores [2], texto en aragonés del siglo XIV, por su interés lingüístico, reproduciendo el fragmento que describe la batalla. Basado en la Epítome, que narra desde la creación del mundo ¡nada menos! hasta el año 1118, año, por cierto, en que la entonces musulmana ciudad de Zaragoza, en España (en árabe سرقسطة -Saraqusta-, en latín Cæsaraugusta) se rindió al rey cristiano Alfonso I el Batallador (1). La traducción al aragonés se realizó en Aviñón, entonces sede de los papas, bajo los auspicios de fray Juan Fernández de Heredia, cuando era Gran Maestre (1377-1396) de la Orden de San Juan de Jerusalén. (Más datos sobre el personaje, la Orden y su tiempo, en el artículo Hexacentenario del Compromiso de Caspe, en este mismo blog.)
Dice así el Libro de los Emperadores:
"E un día l'emperador sallió de su tienda por veyer lo que se fazía, e puyó en una alta montanya e estuvo allí mirando entro a la nueit. E cuando el sol se'n entrava e la nueit començó venir, e l'emperador, tornando a su tienda, de súbito fue circundado de los bárbaros, los quales toda aquella nueit cridavan e flechavan de todas las partes entro a la manyana. E manyana, antes que fues día claro, una generación que se clama usios, la qual l'emperador havía en su ayuda, aquella companyía se rebelló e fueron con los turcos. Por que el emperador, visto el circuimiento de los enemigos, que non se havía con qué combatir, envió por el capitán Rosello, que con toda su huest venís tantost. El qual no quiso venir; por que l'emperador, no podiendo haver ningún sucurso d'ell, entró prender la batalla contra los enemigos con aquellos pocos que tenía. E un día (19 de agosto de 1071, según [1]), de buena manyana, ordenava de prender la batalla; mas en aquesti medio vinieron embaxadores del soldán al emperador, mas [él respondió] con superbia, diziendo: «Si el soldán quería favlar con nós sobre el feito de la paç, faga levantarse su aloyament primerament de allá do es puesto e fágalo meter luent en otra part, porque la huest de los griegos se pueda alojar allá do es alojada la suya». E assí respuso a los embaxadores, e aprés les dio luego comiat. Los cuales dixieron al soldán la respuesta del emperador. E l'emperador fue superbiado por la embaxada del soldán e encara los suyos que dizían qu'el soldán no ý havía tanto poder que pudiés resistir a l'emperador, e demandava paç porque demientre plegás gentes por dar la batalla. Assí que l'emperador no quiso esperar respuesta del soldán, sino que mandó tocar sus trompetas en signo de batalla. La qual cosa assí súbitamente feita, los bárbaros fueron espantados, pero ellos romanieron a la defensión. Mas no estavan minga fuertes en el campo ni fuían, sino solamente se tiravan a çaga de poco en poco. E assí pasó todo aquel día.
Anverso: busto de Cristo sosteniendo los Evangelios
E puesto el sol, l'emperador, dubdando que su alojament non fues robado, tuvo por millor ir allá que romanir en el campo, porque se misso ell primero e mandó tornar la bandera imperial.
(recreación inspirada en el follis de la figura anterior,
y en la bandera muy posterior de los emperadores de la dinastía Paleólogo)
E todos aquellos qui estavan cerca l'emperador lo seguían; mas aquellos qui eran aluent, vidiendo tornar la bandera, pensavan que l'emperador fuía; e afirmó más aquesto en la huest Andrónico, fillo de césaro, el cual césar e sus fillos todos siempre levaron invidia ad aquest emperador antes que fues coronado a aprés, maguer que·l tenían celado. Aquel Andrónico havía yus sí partida de la huest imperial. El cual en aquel retorno, o por mala voluntat o por occasión del freno de su cavallo, fuía primero de todos e todos los de su companyía. E aquesto puso miedo a los otros de la huest imperial, e començaron fuir todos. E vidiendo l'emperador aquellos de su huest fuir desordenadamente como si fuessen esconfitos, tiró el freno de su cavallo e romanió en el campo e mandava a los que fuían aturar, mas aquel hora todos havían la orella sorda. Por que, vidiendo los bárbaros que los griegos fuían desordenadament, pensaron que aquello era ira de Dios, e en continent sin ningún miedo los començaron seguir. E l'emperador con algunos pocos que havía con sí se puso con grant coraçón contra los bárbaros, do algunos fueron muertos e otros presos vivos. E l'emperador fue circundado de los bárbaros, el cual non se rendió sin grant estrucción e effusión de sangre entro tanto que fue ferido en la mano e murió yus de sí su cavallo de los colpes. Aquel ora sin cavallo, no podeindo fuir ni combatir solo contra tantos, fue preso vivo [19 ó 26 de agosto de 1071].
E como fue dito al soldán que l'emperador era preso, en continent fue alegre; mas por aquesto non fue mas superbio, como aquel que era savio, segunt por muitos estrólogos e istoriales se escribe –el cual havía nombre Azán-, porque no pensava la presa del emperador seyer su grant prosperidat. E encara non lo ha podido creyer entro a tanto que los embaxadores que había enviado lo han conocido. Encara ha feito venir el capitán que fue preso antes, el cual, como vio l'emperador se gitó a sus piedes e plorava mui fuert.
Aquell hora seyendo certificado el soldán firmement que aquel era l'emperador, sallió de su cadira e lo ha abraçado e besado en la boca, e ha mostrado contra ell grant amor. E, queriéndolo consolar, le ha dito tales palavras: «Emperador, non te des malenconía, que tales son los intervenimientos mundanos. E de aquí adelant non te quiero tener por presonero, mas te quiero tener e honrar como a emperador». E aprés mandó que le metiessen una tienda imperial e que fues servido como emperador.
E entretanto que ha estado allá, comía e bevía a una taula con el soldán e estavan en sendas cadiras. E livró todos los presoneros que ell le demandó e se deportavan ensemble. E aprés algunos días, ha feito patis e convenciones de haver paç perpetual con la corona imperial; e encara prometieron la uno al otro de fer buena amistat. E feito todo aquesto, el soldán le dio comiat que tornás a Contastinoble; e le dio de su companyía e muitos varones e gent d'armas. E con tal honor partió del soldán e tornava a Contastinoble, que ninguno no lo havría jamás pensado."
A este texto bastante telegráfico cabe hacer un par de aclaraciones y diversas apostillas, aparte de las meramente léxicas (nueit=noche, ý havía=allí tenía, plegás=recogiese, yus sí=bajo sí, esconfitos=derrotados, aturar=parar, taula=mesa, cadiras=poltronas, sillones, etc).
El grueso de la caballería bizantina era catafracta, es decir, acorazada con escamas metálicas, tanto caballos como jinetes, y era considerada invencible en una carga en campo abierto; los turcos, en cambio, solamente disponían de ágiles jinetes flecheros. En cuanto a los uzos (en griego oυζος, en turco oguz), aunque reclutados en los Balcanes, eran tan turcos o más que los selyúcidas o turcomanos, a los que se pasaron en masa antes del combate.
La "alta montaña" a la que subió Romano IV fue sin duda el monte Sipan (en turco, Süphan Dagi), un volcán apagado, que alza su cráter hasta los 4.058 msnm, entre Manciquerta y la margen septentrional del lago Van.
La primera apostilla es que, evidentemente, el emperador había dispersado demasiado sus fuerzas (como le reprocha Psellos con toda razón), y había profundizado también demasiado en territorio enemigo, sin suficientes agua ni víveres (como mucho después haría el general Silvestre en Annual, con desastroso resultado). Tampoco confiaría mucho en sus informadores, cuando consumió todo un día oteando personalmente desde el monte Sipan, sin conseguir ver nada, a lo que parece. Además, no se había coordinado bien, nada menos que con la otra mitad de su ejército, ni aun siquiera con su propia retaguardia.
Segunda apostilla: el avance imprudente de sus catafractos, atraídos por la falsa retirada de los turcos, les fatigó en extremo, mientras las alas de la caballería turca estaban aún frescas. La retirada del Emperador hacia su campamento, al final de todo un día de ferragosto peleando al sol - y toda una noche sin poder dormir, a causa de la algara nocturna de los jinetes turcos, era obligada: estaban muertos de sueño, de cansancio y de sed, y allí estaban los camastros, los víveres y, sobre todo, el agua. Fue entonces cuando se encontró envuelto, cayendo en una trampa vieja como el mundo: una típica maniobra de tornafuga. Entonces fue cuando su retaguardia, viendo perdido el núcleo principal del ejército, se retiró tratando de salvarse, en vez de intentar, a su vez, envolver a los jinetes turcos. La retirada de su retaguardia, al mando de Andrónico Ducas, convertida en huida, se pareció muchísimo a una traición.
Sin embargo, se estima que en Manciquerta, después de todo, quedaría aniquilado apenas 1/5 del ejército imperial. El desastre militar no habría sido, pues, irreparable.
Tercera apostilla: la fatalidad de caer prisionero jamás pudo haberle acontecido al Sultán, que supervisaba todo desde una altura, y que habría podido ponerse fácilmente a salvo llegado el caso. El propio sultán no acababa de creer que el Emperador hubiera puesto su persona, innecesariamente, en semejante riesgo.
En suma: no cabe duda que tanto la estrategia como la táctica turca fueron superiores y, a pesar de su dificultad de ejecución, impecablemente realizadas.
Por su parte, el Emperador demostró un extraordinario valor personal y un heroísmo ejemplar, que nadie por otra parte le exigía, pero nunca supo por dónde le llegó un enemigo que él creía bien lejos, y fue notoriamente incapaz de resolver adecuadamente su logística ¡el agua en pleno agosto junto a un lago salado! ni de concebir un plan de ataque, aspectos esenciales que sí eran su responsabilidad principal. En cuanto a diplomacia, le habría bastado aceptar la paz que le ofrecieron antes de la batalla. Pero es que después, ya prisionero, la lección soberana se la dio el caudillo turco, que se comportó con él con la grandeza de un rey, después de que el Emperador se hubiese comportado con los embajadores turcos como un cabo primero.
Hay, sin embargo, un punto de primordialísima importancia, sobre el que carecemos absolutamente de datos: el número de componentes del ejército selyúcida. Las fuentes, tras reconocer que desconocen ese dato, insisten sin embargo, paradójicamente, en la superioridad numérica del ejército imperial.
Consecuencias políticas de la batalla de Manciquerta (agosto de 1071)
Estas consecuencias fueron de una magnitud difícil de creer.
Escribe Ostrogorsky en [1], p. 339: «Fue este feroz epílogo el que convirtió la derrota sufrida en [Manciquerta] en una verdadera catástrofe.»
Quienes en Constantinopla habían aupado al poder a Romano Diógenes quedaron convencidos de que habían elegido a un candidato inadecuado, y quienes se opusieron a su encumbramiento utilizaron decididamente la derrota de Manciquerta para librarse de él. Psellos reconoce el sobresalto que les causó el saber que al cabo de una semana estaba libre, y que regresaba a Constantinopla para retomar el mando y, muy probablemente, para aplicar merecidísimo castigo a los traidores que le habían abandonado frente al enemigo. Tal vez este terror al castigo encierre la clave del bárbaro trato que infligirían preventivamente al desdichado Emperador.
Lo peor fue que la corrección del presunto error le costó a Bizancio todo el interior de Anatolia, unos 500.000 km2. Para siempre. Es increíble.
Se hubiera podido perfectamente recomponer el ejército, y repetir el ataque tantas veces como hubiera sido preciso, hasta ganar la guerra, como había hecho la República Romana después de cada victoria de Aníbal.
En vez de eso, asumiendo que el causante de todos los males era el Emperador advenedizo, y olvidando a los invasores turcos, los intrigantes politicastros de Constantinopla convirtieron una batalla perdida, en el mayor desastre de la Historia de Bizancio, un desastre del que jamás se repondría. Y no solamente eso, sino que el pueblo armenio, que había confiado en el apoyo de Bizancio, se vio entregado inerme en poder de los nuevos conquistadores, y sumergido para los siglos venideros en el océano de una nueva etnia y de una nueva religión.
En cuanto a Romano IV, a quien Alp Arslan había tratado con todo respeto, fue depuesto in absentia, al igual que la emperatriz Eudoxia, que fue recluida en un convento. Se sublimó para ello al Imperio al joven Miguel VII Ducas, al que Ostrogorsky ([1], p. 339) califica de «mísero discípulo de Psellos, un ratón de biblioteca que desconocía la vida real». Hubo una breve contienda civil, y Romano IV fue cegado por los propios bizantinos, y enviado a un convento a la pequeña isla de Proti (Πρωτη, en turco Kinaliada), en el Mar de Mármara (no confundir con la isla homónima en el Mar Jónico, junto a la costa occidental del Peloponeso), donde murió en 1072.
Las tres primeras Cruzadas
Siguió una crisis de diez años. Alejo Comneno, sobrino de Isaac I, destronó al Emperador Nicéforo III Botaniates, y fue coronado Emperador en Santa Sofía. Con sus reformas inició un verdadero renacimiento, frenando a los enemigos exteriores primeramente en Europa. Alejo I Comneno, con su hábil diplomacia, conseguiría que el papa Urbano II predicara la Cruzada. De Occidente llegaron a Bizancio, no los mercenarios solicitados, sino numerosos ejércitos autónomos, que el hábil Alejo I consiguió encauzar en Asia contra los enemigos del imperio. Se frenó así a los turcos, alejándolos del Egeo, y todas las conquistas de los potentados occidentales en la costa de Levante se acabarían sometiendo al Imperio, con la excepción del reino de Jerusalén. Pero el sultanato de Rum siguió firmemente enraizado en el corazón de Anatolia.
Último intento: Miriocéfalos (17 de septiembre de 1176)
Manuel I Comneno (1143-1180) protagonizó el climax del renacimiento del poder bizantino. Animado por notables éxitos en diversos frentes, en 1176 decidió atacar Iconion, corazón del sultanato de Rum.
Rompió con el Sultán Kilidiš Arslan y, en un esfuerzo supremo, avanzó con un gran ejército provisto de máquinas de asedio contra Iconion. Cuando atravesaba el puerto de Miriocéfalos, en Frigia, (17 sep 1176), el ejército bizantino fue rodeado por los turcos y aniquilado. El propio Emperador comparó este desastre con el de Manciquerta.
Poco después del desastre, el emperador Manuel I adoptó una decisión que el poeta Constantino Kavafis glosaría en 1915 en griego demótico con estos versos:
Ο βασιλεύς κυρ Μανουήλ ο Κομνηνός
μια μέρα μελαγχολική του Σεπτεμβρίου
αισθάνθηκε τον θάνατο κοντά. Οι αστρολόγοι
(οι πληρωμένοι) της αυλής εφλυαρούσαν
που άλλα πολλά χρόνια θα ζήσει ακόμη.
(El basileus don Manuel Komneno
un melancólico día de septiembre
sintió la muerte cerca. Los astrólogos
(pagados) de palacio de aseverar
no cesaban que otros muchos años viviría.)
Ενώ όμως έλεγαν αυτοί, εκείνος
παληές συνήθειες ευλαβείς θυμάται,
κι απ' τα κελλιά των μοναχών προστάζει
ενδύματα εκκλησιαστικά να φέρουν,
και τα φορεί, κ' ευφραίνεται που δείχνει
όψι σεμνήν ιερέως ή καλογήρου.
(Mas, mientras ellos parloteaban, él
viejas piadosas costumbres recuerda,
y de las celdas de los monjes dispone
que hábitos eclesiásticos le traigan,
y de ellos revestido, disfruta mostrando
el aspecto venerable de un sacerdote o un calogero.)
Ευτυχισμένοι όλοι που πιστεύουν,
και σαν τον βασιλέα κυρ Μανουήλ τελειώνουν
ντυμένοι μες την πίστι των σεμνότατα.
(Dichosos todos los que creen, y
como el basileus don Manuel, acaban
venerablemente revestidos de su fe).
Tras esta abdicación, ya no habría nuevos intentos militares a gran escala. Bizancio estaba agotado.
La IV Cruzada
Llegaría en 1204 el horror de la IV Cruzada, declarada pseudo-cruzada por el papa, y cuyo único resultado sería la toma de Constantinopla por los latinos. En el subsiguiente concienzudo saqueo todo fue pillado -bienes privados y públicos, mosaicos, iconos, reliquias- y rematado con incendios. Para calificarlo no se pueden encontrar ni adjetivos ni precedentes, fuera de las invasiones de los bárbaros. Sí se encuentra un lejano consecuente: el saqueo sistemático de la mitad oriental de Aragón por las hordas procedentes de Cataluña entre julio de 1936 y marzo de 1938. En Constantinopla, la pseudo-cruzada destruyó el Imperio Griego, implantando un efímero Imperio Latino, pero al coste de sembrar para siempre un odio profundo - y archijustificado- contra los latinos.
Reconstrucción del Imperio Griego (1261)
Reconstruido Bizancio en 1261 por la dinastía Paleólogo, se recurriría contra los turcos –ya en el año 1300- a los almogávares aragoneses, concluyendo a la postre también este episodio de la peor manera posible, y me refiero exclusivamente a los intereses de Bizancio. (Ver al respecto la segunda parte de mi artículo titulado Tres intervenciones aragonesas pro-Bizancio, en www.lirgua.com, en la que comento la expedición de los almogávares a Constantinopla, al servicio del Emperador Andrónico II).
Después llegaría la Peste Negra de 1348, coincidente con una suicida guerra civil, la llamada Guerra de los dos Andrónicos, mientras los turcos otomanos ponían pie en Europa. Después, ya todo sería una caída sin fin y sin remedio hasta la catástrofe definitiva de 1453. Los mismos bizantinos fueron forjando su propia ruina, hasta la heroica muerte frente al enemigo del último Emperador, Constantino XI Paleólogo.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Historia del Estado Bizantino; autor: G. Ostrogorsky; editor: Akal/Universitaria, Madrid, 1983.
[2] Libro de los Emperadores; versión en aragonés auspiciada por Fray Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre (1377-1396) de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, y basada en los libros XV-XVIII de la Epítome historiōn (Eπιτομη ιστοριων, Compendio de historias), conocido como Epítome, del cronista bizantino Juan Zonaras (s. XII); edición moderna de Adelino Álvarez Rodríguez; fuentes bizantinas de Francisco Martín García; editorial Larumbe, Zaragoza, 2006.
[3] Chronographie; autor: Miguel Psellos; edición del texto griego y traducción francesa: Émile Renauld; París, 1925 (Tomo I) y 1928 (Tomo II).
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NOTAS
(1) Fue rey de Aragón y de Pamplona (1104-1134), por herencia de su hermano Pedro I; rey de León, Castilla, Galicia y Toledo e Imperator totius Hispaniæ, por matrimonio (1109) con Urraca, hija de Alfonso VI; y rey de Zaragoza (1118-1134) por conquista. La hasta entonces musulmana ciudad de Zaragoza se le entregó el miércoles 18 de diciembre de 1118. Desde 1114, en que repudió a su esposa, fue dejando de utilizar los títulos ganados por su matrimonio, matrimonio que nunca funcionó. Tanto Toledo como Zaragoza eran los respectivos antiguos reinos de taifas. Como jefe militar que era, fue obedecido en parte de los reinos patrimoniales de su esposa hasta la muerte de ésta en 1126.
(2) … παρα τον Κεντριτην ποταμον, ευρος ως διπλεθρον, ος οριζει την Αρμενιαν και τεν των Καρδουχων χωραν. (… junto al río Centrites, de dos pletros de ancho, que divide la cora de Armenia de la de los carducos.)
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Prolegómeno
1.-El Imperio de Basilio II
A la muerte de Basilio II, el Imperio Bizantino se extendía desde el Adriático hasta el reino de Armenia. Había absorbido al imperio búlgaro del zar Samuel, a costa de matanzas que valieron a Basilio II el apodo de Bulgaróctonos, es decir, matabúlgaros. En sus fronteras no había enemigos activos, pues se convivía con los pechenegos, y se había llegado a un equilibrio con ambos califatos: el sunnita de Bagdad, y el chiíta de El Cairo. En el erario imperial había acumulado un inmenso tesoro, y el Ejército se nutría de soldados mediante el sistema de themas.
EL IMPERIO DE BASILIO II (976-1025)
2.- Decadencia y amenazas
Durante los reinados siguientes, la prosperidad se vio progresivamente erosionada por la avidez y prepotencia de los grandes latifundistas, tanto civiles como eclesiásticos, que iban obteniendo exenciones tributarias siempre crecientes, mientras el peso del fisco caía a plomo sobre los pequeños propietarios.
La fortaleza del ejército fue también disminuyendo, al extinguirse el sistema de themas, sustituido por la pronoia. Consistía ésta en que el gran terrateniente tenía que aportar al Ejército el mismo número de trabajadores agrícolas, que habían sido pequeños propietarios con el sistema anterior. El sistema funcionaba igual, pero solamente en teoría, pues resulta palmaria la falta de entusiasmo con que terratenientes y pronoiarios contemplaban el Ejército, los primeros porque les costaba caro, y los segundos, por razones obvias. Así se sentaron las bases para que Anatolia, otrora vivero de Bizancio, se viera progresivamente despoblada de griegos. Además fue preciso recurrir a tropas mercenarias, siempre menos fiables que las propias, y muchísimo más caras.
Dos opciones políticas fueron dibujándose cada vez con más fuerza: el Senado, débil reflejo de los mejores tiempos de la República Romana, y la aristocracia militar, partidaria de un emperador autocrático.
La ruta de la seda, un río de riqueza para Bizancio, se vio estrangulada por el avance de nómadas de etnia turca que, con los nombres de cumanos, uzos, gaznavíes y selyúcidas, abandonaban el Asia Central y se cernían primeramente sobre los sultanatos de la Transoxiana, después sobre Persia y, finalmente, sobre el mismísimo Califato abbasí de Bagdad. La vida de Avicena (980-1037), príncipe de los médicos, nacido cerca de Bojara y muerto en Hamadan (antigua Ecbatana), no fue sino una huida constante ante el avance de los turcos gaznavíes.
Absorción de Armenia
De los cuatro estados armenios que existían entonces (Kars, Lori, Ani y Vaspuragan), demasiado débiles para resistir el embate de los jinetes de las estepas, el regido por la dinastía bagrátida tenía su próspera capital en Ani (en armenio Անի), con magníficas iglesias y rodeada de poderosas murallas. El Emperador Constantino IX Monómaco (1042-1055) decidió absorberlo (1045). Así se relata en [3], Libro VI, CLXXIX:
«Il avait l'âme flottante et diverse [‘Ετερογνωμων δε την ψυχην ων], et n'était pas sur tous les points conforme à lui-même. Il avait un ardent désir de se faire un principat illustre, et certes il n'a pas entièrement manqué son but; en effet, du côté de l'Orient il a porté beaucoup plus avant les frontières de l'Empire, et il s'est approprié une grande partie du pays des Arméniens, dont il a chassé certains rois [‘ηγεμονας] qu'il a fait rentrer dans l'orbe de ses sujets.»
(De alma dubitativa, no estaba en todos los puntos conforme consigo mismo. Tenía un deseo ardiente de que su poder alcanzara renombre, y ciertamente no fracasó enteramente en su objetivo; en efecto, por la parte de Anatolia llevó mucho más adelante su hegemonía, y se apropió de una gran parte del país de los armenios, a algunos de cuyos hegemones depuso haciéndolos entrar en la órbita de sus súbditos).
Quien así escribía era el filósofo, historiador y eminente polígrafo Miguel Psellos, (en griego Μιχαηλ Ψελλος), secretario del Emperador, que acabó dejando el cargo para hacerse monje.
Murallas de la ciudad de Ani hacia 1900
Pero pronto toda esa área sería, a pesar de todo, engullida por selyúcidas y turcomanos.
Cisma entre cristianos
En 1054, siendo Miguel Cerulario patriarca de Constantinopla, se produjo un acontecimiento al que no se prestó inicialmente mayor atención, pero cuyas consecuencias universales aún perduran: el cisma entre el Oriente y el Occidente cristianos. Constantino IX fallecería a principios del año siguiente, sin remediar el problema. Las recíprocas excomuniones no serían levantadas hasta 1965.
El Califa proclama Sultán de Oriente y Occidente a Tugril Beg
Los pueblos turanios, antepasados de turcos y turcomanos, nomadeaban desde la más remota antigüedad por los inmensos espacios del Asia Central. Fueron desplazándose más y más hacia el sur, y ya en el periodo 750-1055 existió un estado oguz entre los mares Caspio y Aral, y entre los ríos Ural y Amu-Daria (Yaxartes), que entró en contacto con el mundo persa. El vocablo turco «oguz» significa «ocho tribus». Ya islamizados, se infiltraron en el Califato de Bagdad, donde se distinguió entre turcos selyúcidas y turcomanos, y donde el 26º Califa al-Qa'im (1031-1075), reservándose el poder espiritual, entregó el poder temporal al caudillo selyúcida Tugril Beg. Proclamándolo Sultán de Oriente y Occidente, lo convirtió hasta su muerte (1063) en protector del Califato.
Constantino X Ducas (1059-1067)
Tras el corto reinado de Isaac I Comneno (1057-1058), eximio representante de la aristocracia militar, y que defendió con éxito las fronteras, le sucedió Constantino X (1059-1067). Grande amigo de Leichoudes, sucesor de Cerulario en el patriarcado de Constantinopla, y de Miguel Psellos, que había sido secretario de Constantino IX, y proedros (presidente) del Senado con Isaac Comneno, fue el propio Psellos quien le calzó las «estivales» (así designa [2] a las chinelas de púrpura).
El partido civilista en el poder se apresuró a recortar los gastos militares, pero lo hizo en el momento más inoportuno. En efecto, a la muerte de Tugril Beg (1063), le sucedió como Sultán su sobrino Alp Arslan, quien recrudeció la agresividad de turcos selyúcidas y de turcomanos. Tomó Ani (1065), devastó Cilicia, y saqueó (1067) Cesárea de Capadocia (hoy Eski Kayseri), llevándose como botín todo lo que encontró en la iglesia de San Basilio (San Basilio Magno había sido, siglos atrás, arzobispo de Cesárea y, por su vida y doctrina, uno de los primitivos ocho Padres de la Iglesia Universal). Consiguió así desestabilizar todo el enorme espacio entre las montañas de Armenia y el Egeo.
Intento de reacción bizantina: Romano IV Diógenes
Murió entonces (1067) Constantino X Ducas, pasando a gobernar la emperatriz viuda Eudoxia (en griego Ευδοκια), que era sobrina del anterior patriarca Miguel Cerulario. Eudoxia indultó de una acusación de sedición al estratego Romano Diógenes, magnate de Capadocia, «soldado eficiente y valeroso que se había destacado en las guerras contra los pechenegos» ([1], p. 338).
Atribulada, Eudoxia decía a Miguel Psellos: «¿No sabes que para nosotros se marchitan los asuntos del Imperio y que van menguando, mientras se reencienden numerosas guerras y que la horda bárbara asola toda la Anatolia?». ([3], Libro VII, III, VI).
Tras este introito, la Emperatriz informó a Psellos de que había ya decidido llamar a Romano Diógenes a Constantinopla, para ofrecerle su mano. No sería ajeno a tan sorprendente decisión el viril atractivo del valiente guerrero, que no habría aún cumplido los cuarenta años. Romano aceptó, celebrándose la boda el día de Año Nuevo de 1068, no sin oposición de muchos, entre los que se encontraban los integrantes de la Guardia Varega y, sobre todo, el clan de los Ducas, acaudillado por Psellos, y apoyado por el césar Juan Ducas, hermano del difunto Constantino X. Todos ellos recibieron la decisión de Eudoxia, respaldada por el partido militarista, con un frío glacial.
Opina Renauld ([3], Tomo II, p. 155, nota 3): «Psellos est hostile à ce mariage ... et cela pour deux raisons qu'il n'avoue pas, mais faciles à deviner. Ce mariage excluait momentanément du pouvoir son disciple bien-aimé, le jeune Michel, en qui il avait mis toutes ses espérances, et l'avènement de Diogène signifiait le triomphe du parti militaire sur le parti de la cour, dont Psellos était le chef.»
(Psellos es hostil a este matrimonio ... y ello por dos razones que él no confiesa, pero fáciles de adivinar. Este matrimonio excluía momentáneamente del poder a su discípulo bienamado, el joven Miguel, en quien había puesto todas sus esperanzas, y el advenimiento de Diógenes significaba el triunfo del partido militar sobre el partido de la corte, cuyo jefe era Psellos.)
Comienza así y aquí el primer acto de la tragedia que amagaba. Opina Ostrogorsky: «La oposición del partido de Psellos saboteó el intento de salvación del Emperador» ([1], p. 338).
Las tres primeras campañas de Romano IV Diógenes
Romano IV Diógenes, para escapar de las intrigas de la corte, y de los intentos de la Emperatriz para manipularlo, se entregó de lleno a la guerra, que era lo que sabía hacer, y para lo que se le había escogido.
1. Campaña de 1068
Los sarracenos de Alepo amenazaron Antioquía, y el Emperador se dirigió allá con tropas uzas. De camino, supo que los selyúcidas habían saqueado Neocesarea del Ponto (hoy Niksar), patria de San Gregorio Taumaturgo. Mientras el grueso de las tropas seguía su camino, el Emperador, al frente de un destacamento, cayó desde Sebaste (actual Sivas) sobre los merodeadores, que escaparon abandonando el botín. Se reunió entonces con el grueso del ejército y, por Germanicea, se internó en el emirato de Alepo, apoderándose de Hierápolis (hoy Manbij, en Siria), a 30 km del Éufrates, ciudad que fortificó. Volvió sobre sus pasos. Tras cruzar hacia Occidente las Puertas de Cilicia, supo que los selyúcidas habían saqueado Amorion, escapando con el botín. Ya nada pudo hacer. Continuando su regreso, no llegaría a Constantinopla hasta enero de 1069.
2. Campaña de 1069
En la lejana Edesa (posteriormente Urfa, hoy Sinlurfa, Turquía) se sublevó -tal vez reclamando sus pagas atrasadas- el normando Roberto Crispín, que fue apresado y enviado a Abydos. Un nuevo saqueo turco de Cesárea espoleó al Emperador a dirigirse a su Capadocia natal para librarla de merodeadores. Hecho esto, lanzó entonces su aplazada ofensiva. En esta su segunda campaña se hizo acompañar de Miguel Psellos. Pasando por Melitene, cruzó el Éufrates en Romanópolis y, dejando atrás una sustancial fuerza al mando de Filaretos Brachamios, avanzó en dirección a Ahlat, a orillas del lago Van. Pero los jinetes selyúcidas derrotaron a Filaretos y saquearon Iconio. Aunque el Emperador volvió sobre sus pasos, tratando de cortarles la retirada, los bárbaros consiguieron escapar a través de Cilicia con el botín logrado.
3.- Campaña de 1070
Este año, Romano permaneció en Constantinopla. Envió una flota con abundantes víveres y pertrechos a Bari, último bastión del Imperio en Italia, sitiada por los normandos de Sicilia. El objetivo era que prolongara su resistencia mientras él concentraba sus esfuerzos en frenar las algaras de los turcos en Anatolia, que era el peligro mayor. Pero la flotilla de socorro fue interceptada, y Bari nunca recibió ayuda, por lo que acabaría rindiéndose al año siguiente (15 de abril de 1071).
En Constantinopla, mientras tanto, Romano redujo los gastos en ceremonial y en el embellecimiento de la propia capital del Imperio. Recortó los emolumentos de muchos cortesanos -lo que le ganó enconados enemigos-, suprimió espectáculos en el Hipódromo -lo que le hizo impopular-, y mejoró la disciplina de las fuerzas mercenarias, que buena falta hacía.
No dejó por ello de enviar también este año contra los turcos al ejército imperial, al mando de Manuel Comneno, sobrino de Isaac I Comneno, el que fue Emperador, y hermano mayor del futuro Alejo I Comneno. Pero Manuel cayó prisionero del caudillo turco Kroudj, al que convenció de que le acompañara a Constantinopla a entrevistarse con Romano, con quien pactó paz y alianza. Esto irritó sobremanera al Sultán Alp Arslan, que se vio puenteado, y que atacó de forma fulminante, apoderándose de Manciquerta (en griego Mανζικερτ, actual Malazgirt) y de Archesh (actual Erciș), ambas localidades fortificadas armenias próximas al lago Van.
Gran ejército para recuperar Manciquerta
En 1071, Romano IV ofreció al Sultán intercambiar estas dos poblaciones por Hierápolis, que él había capturado y fortificado en 1068. No esperó la respuesta cruzado de brazos, sino que, ya en primavera, reunió no sin dificultad un numeroso aunque heterogéneo ejército, que podría contar con 60.000 o 70.000 combatientes, entre tropas mercenarias y tropas autóctonas. Al frente del mismo, avanzó hasta Teodosiópolis (actual Erzurum), a más de mil kilómetros de Constantinopla (agosto de 1071), decidido a recuperar Manciquerta manu militari.
Histámenon de oro de Romano IV y Eudoxia
Reverso convexo: los tres hijos de Eudoxia y del difunto Constantino X Ducas:
el mayor, Miguel, flanqueado de Constantino y Andrónico.
Anverso cóncavo: Cristo, flanqueado por Romano a su derecha, y Eudoxia a su izquierda
(Imagen de Wikipedia)
Por entonces, Alp Arslan y sus jinetes, siguiendo instrucciones del Califa de Bagdad, sitiaban Alepo, cuyo emir era vasallo del 8º Califa fatimí al-Mustansir (1036-1094). Los fatimíes eran musulmanes chiítas, mientras que abbasíes y turcos eran musulmanes sunnitas.
EL IMPERIO BIZANTINO BAJO MIGUEL VI (1056-1057)
Los diferentes matices de verde indican los diferentes estados musulmanes.
El emirato de Alepo era vasallo del Egipto fatimí.
Al norte del Danubio acechaban los pechenegos, de etnia turca,
como los cumanos que les presionaban desde el este.
Zeta ha escapado ya de la órbita de Bizancio, y Croacia, Bosnia y Rascia van de camino.
En Italia, los normandos ya han ocupado toda Calabria y Apulia, excepto la ciudad de Bari,
que caería el mismo año 1071 de la batalla de Manciquerta.
Antes de Manciquerta
Avanzando desde Teodosiópolis hacia el sureste, el Emperador volvió a adoptar la táctica que tan mal resultado le había dado en 1069: dividir su ejército. Envió la mitad de sus tropas, bajo el mando del franco Roussel de Bailleul y del georgiano José Tarchaniotes, a cubrir desde Chliat (actual Ahlat, a orillas del lago Van) hacia el oeste, entre el Éufrates Oriental (Murat Çayi) al norte, y la cabecera del Tigris (Dicle) al este. Mientras tanto, él mismo avanzaba hacia Manciquerta, en la orilla sur del citado Éufrates Oriental. Esta pequeña ciudad fortificada, situada a 150 km al sureste de Teodosiópolis, y separada del lago Van por apenas 50 km en línea recta, se rindió en seguida, sin apenas resistencia.
El problema es que Romano, al que sus informadores insistían en asegurar que Alp Arslan estaba lejos, profundizando hacia el sur, quedó en situación comprometida. Alargando así más aún sus líneas se engolfó en un despoblado, dominado por una cumbre de 4058 msnm. A unos 50 km de Manciquerta quedaba el lago Van, lago salado, sin ríos ni arroyos en su margen norte, donde tenía que dar de beber en pleno agosto a sus tal vez más de treinta mil hombres con sus caballos. Quizás no exagerara demasiado el cronista Miguel Psellos cuando acusaba a Romano de avanzar sin objetivo claro, y asumiendo gravísimos riesgos. Además, adoptaba todas estas decisiones personalmente, sin pedir consejo a nadie; con ello, él, un advenedizo, cargaba en solitario con toda la responsabilidad.
Descripción del terreno
Toda esta Anatolia oriental (y perdón por la redundancia, pues «anatolia» significa «oriente» en griego) fue en lo antiguo el poderoso reino de Urartu, región de montañas dominando tres lagos: Sevan, Van y Urmia, y coronada por la enorme mole del monte Urartu/Ararat (5165 msnm). A ~120 km al suroeste del monte Ararat, a ~200 km al sureste de Teodosiópolis, y a ~200 km al norte de Mosul, se extiende el lago Van. De forma irregular, mide 120 km de este a oeste, y 80 km de norte a sur. Cubre un área de 3.755 km2, se halla a 1.640 msnm (el ibón de Panticosa, en pleno Pirineo aragonés, está a 1.636 msnm), y su máxima profundidad es de 450 m. El Tigris Oriental discurre de este a oeste al sur de las montañas del Tauro Armenio, que delimitan la orilla meridional del lago Van, cuya cuenca endorreica (unos 15.000 km2) se alimenta de torrentes y de pequeños arroyos. Ricas en carbonato sódico y en otras sales, las aguas del lago permanecen libres de hielos incluso durante el invierno. La ciudad de Van, capital que fue del desaparecido reino de Urartu, está en su orilla oriental, y la fortaleza de Ahlat, en la orilla norte, al suroeste de Manciquerta.
Llega Alp Arslan con sus jinetes arqueros
Rendida Manciquerta, y para abastecer a su numeroso ejército, el Emperador envió por toda la región hasta las estribaciones del Ararat forrajeadores al mando de Nicéforo Bryennio. Éste, abrumado por el número y la belicosidad de los escuadrones turcos que le iban saliendo al paso, se vió obligado a pedir refuerzos. El Emperador, reticente al principio, le envió después a Nicéforo Basilaki, duque de Teodosiópolis, con un fuerte destacamento.
Consta en la historia de Alejandro Magno que, aunque los jinetes de las estepas ya eran entonces –antes de inventarse el estribo- expertos en la táctica de la tornafuga, el genial estratega macedonio consiguió vencerlos, hecho nunca antes visto. Esta vez, los nuevos jinetes de las estepas, que ya utilizaban el estribo, al igual que los bizantinos, y que se enfrentaban a alguien mucho menos brillante que Alejandro, atrajeron a Basilaki a un imprudente avance, lo rodearon, y lo capturaron vivo, tras abatir a su caballo. Pero aún tendrían mejor ocasión de demostrar su acreditada pericia.
Lo que no sabían Bryennio ni el Emperador - así lo afirma Psellos: «Ce qui n'échappa à ma sagacité échappa à la sienne» (Lo que no escapó a mi sagacidad escapó a la suya)([3], Libro VII, XX, p. 161) - es que se enfrentaban ya al grueso de las tropas turcas, bajo la dirección personal de Alp Arslan. En una marcha relámpago, el Sultán turco había recorrido de oeste a este los 500 km que separan Alepo de Mosul para levantar refuerzos en esta última ciudad y, remontando el Tigris (en turco, Dicle) había recorrido además de sur a norte los 200 km adicionales que le separaban del lago Van. Las fuentes no dicen si, después de esta hazaña, contorneó el lago por el este, por el oeste, o por ambas márgenes a la vez.
¿Cuál fue la estrategia de Alp Arslan?
Tal vez, y sólo tal vez, Alp Arslan enviara directamente a Amida (en armenio, Tigranocerta; en turco moderno, Diyarbakir, la ciudad de las murallas negras, fortificada por Constancio II, junto al Alto Tigris) las tropas que tenía en Alepo. Desde Amida, remontando el Éufrates, llegarían hasta Bitlis, en el extremo occidental del lago Van. Este vector habría inducido el precipitado repliegue hacia Melitene de la mitad del ejército bizantino acaudillada por Roussel y Tarchaniotes, para evitar quedar envueltos.
Mientras, con algún retraso, pero con la presencia personal de Alp Arslan, las tropas de Mosul remontarían el Tigris y, después, el Tigris Oriental, en turco Botan Çayi (el Centrites - Κεντριτης - de la Anábasis (2), que separaba los carducos de los armenios) para llegar a la ciudad de Van y, contorneando el lago por el este, sorprenderían desde el nordeste a los forrajeadores bizantinos, que no los esperaban en esa región.
Esta teoría, basada en lo absurdo de obligar a las tropas de Alepo a dar el tremendo rodeo por Mosul, y en la ventaja de que ambas rutas, discurriendo una a lo largo del Éufrates, otra a lo largo del Tigris, permitían así beber cómodamente a lo largo de todo el viaje, a hombres y bestias; esta teoría, decimos, explicaría también –sin recurrir a la traición, que tampoco puede excluirse- por una parte, el inesperado repliegue hacia Melitene de la mitad del ejército imperial, y explicaría, por otra, la sorpresiva aparición del grueso del ejército turco al nordeste del lago Van.
Descripción de la batalla de Manciquerta
Cedo en este punto la palabra al Libro de los Emperadores [2], texto en aragonés del siglo XIV, por su interés lingüístico, reproduciendo el fragmento que describe la batalla. Basado en la Epítome, que narra desde la creación del mundo ¡nada menos! hasta el año 1118, año, por cierto, en que la entonces musulmana ciudad de Zaragoza, en España (en árabe سرقسطة -Saraqusta-, en latín Cæsaraugusta) se rindió al rey cristiano Alfonso I el Batallador (1). La traducción al aragonés se realizó en Aviñón, entonces sede de los papas, bajo los auspicios de fray Juan Fernández de Heredia, cuando era Gran Maestre (1377-1396) de la Orden de San Juan de Jerusalén. (Más datos sobre el personaje, la Orden y su tiempo, en el artículo Hexacentenario del Compromiso de Caspe, en este mismo blog.)
Dice así el Libro de los Emperadores:
"E un día l'emperador sallió de su tienda por veyer lo que se fazía, e puyó en una alta montanya e estuvo allí mirando entro a la nueit. E cuando el sol se'n entrava e la nueit començó venir, e l'emperador, tornando a su tienda, de súbito fue circundado de los bárbaros, los quales toda aquella nueit cridavan e flechavan de todas las partes entro a la manyana. E manyana, antes que fues día claro, una generación que se clama usios, la qual l'emperador havía en su ayuda, aquella companyía se rebelló e fueron con los turcos. Por que el emperador, visto el circuimiento de los enemigos, que non se havía con qué combatir, envió por el capitán Rosello, que con toda su huest venís tantost. El qual no quiso venir; por que l'emperador, no podiendo haver ningún sucurso d'ell, entró prender la batalla contra los enemigos con aquellos pocos que tenía. E un día (19 de agosto de 1071, según [1]), de buena manyana, ordenava de prender la batalla; mas en aquesti medio vinieron embaxadores del soldán al emperador, mas [él respondió] con superbia, diziendo: «Si el soldán quería favlar con nós sobre el feito de la paç, faga levantarse su aloyament primerament de allá do es puesto e fágalo meter luent en otra part, porque la huest de los griegos se pueda alojar allá do es alojada la suya». E assí respuso a los embaxadores, e aprés les dio luego comiat. Los cuales dixieron al soldán la respuesta del emperador. E l'emperador fue superbiado por la embaxada del soldán e encara los suyos que dizían qu'el soldán no ý havía tanto poder que pudiés resistir a l'emperador, e demandava paç porque demientre plegás gentes por dar la batalla. Assí que l'emperador no quiso esperar respuesta del soldán, sino que mandó tocar sus trompetas en signo de batalla. La qual cosa assí súbitamente feita, los bárbaros fueron espantados, pero ellos romanieron a la defensión. Mas no estavan minga fuertes en el campo ni fuían, sino solamente se tiravan a çaga de poco en poco. E assí pasó todo aquel día.
Follis de bronce de Romano IV
Anverso: busto de Cristo sosteniendo los Evangelios
Reverso: en los cuadrantes de la cruz, las letras C β P Δ,
(donde la C es la Σ bizantina) iniciales del lema Staure sou Boithei Rωmanon Despotin
(Tu Cruz ayude a Romano Déspoto)
(Imagen de Wikipedia)
E puesto el sol, l'emperador, dubdando que su alojament non fues robado, tuvo por millor ir allá que romanir en el campo, porque se misso ell primero e mandó tornar la bandera imperial.
Hipotética bandera de Romano IV Diógenes,
(recreación inspirada en el follis de la figura anterior,
y en la bandera muy posterior de los emperadores de la dinastía Paleólogo)
E todos aquellos qui estavan cerca l'emperador lo seguían; mas aquellos qui eran aluent, vidiendo tornar la bandera, pensavan que l'emperador fuía; e afirmó más aquesto en la huest Andrónico, fillo de césaro, el cual césar e sus fillos todos siempre levaron invidia ad aquest emperador antes que fues coronado a aprés, maguer que·l tenían celado. Aquel Andrónico havía yus sí partida de la huest imperial. El cual en aquel retorno, o por mala voluntat o por occasión del freno de su cavallo, fuía primero de todos e todos los de su companyía. E aquesto puso miedo a los otros de la huest imperial, e començaron fuir todos. E vidiendo l'emperador aquellos de su huest fuir desordenadamente como si fuessen esconfitos, tiró el freno de su cavallo e romanió en el campo e mandava a los que fuían aturar, mas aquel hora todos havían la orella sorda. Por que, vidiendo los bárbaros que los griegos fuían desordenadament, pensaron que aquello era ira de Dios, e en continent sin ningún miedo los començaron seguir. E l'emperador con algunos pocos que havía con sí se puso con grant coraçón contra los bárbaros, do algunos fueron muertos e otros presos vivos. E l'emperador fue circundado de los bárbaros, el cual non se rendió sin grant estrucción e effusión de sangre entro tanto que fue ferido en la mano e murió yus de sí su cavallo de los colpes. Aquel ora sin cavallo, no podeindo fuir ni combatir solo contra tantos, fue preso vivo [19 ó 26 de agosto de 1071].
E como fue dito al soldán que l'emperador era preso, en continent fue alegre; mas por aquesto non fue mas superbio, como aquel que era savio, segunt por muitos estrólogos e istoriales se escribe –el cual havía nombre Azán-, porque no pensava la presa del emperador seyer su grant prosperidat. E encara non lo ha podido creyer entro a tanto que los embaxadores que había enviado lo han conocido. Encara ha feito venir el capitán que fue preso antes, el cual, como vio l'emperador se gitó a sus piedes e plorava mui fuert.
Aquell hora seyendo certificado el soldán firmement que aquel era l'emperador, sallió de su cadira e lo ha abraçado e besado en la boca, e ha mostrado contra ell grant amor. E, queriéndolo consolar, le ha dito tales palavras: «Emperador, non te des malenconía, que tales son los intervenimientos mundanos. E de aquí adelant non te quiero tener por presonero, mas te quiero tener e honrar como a emperador». E aprés mandó que le metiessen una tienda imperial e que fues servido como emperador.
E entretanto que ha estado allá, comía e bevía a una taula con el soldán e estavan en sendas cadiras. E livró todos los presoneros que ell le demandó e se deportavan ensemble. E aprés algunos días, ha feito patis e convenciones de haver paç perpetual con la corona imperial; e encara prometieron la uno al otro de fer buena amistat. E feito todo aquesto, el soldán le dio comiat que tornás a Contastinoble; e le dio de su companyía e muitos varones e gent d'armas. E con tal honor partió del soldán e tornava a Contastinoble, que ninguno no lo havría jamás pensado."
A este texto bastante telegráfico cabe hacer un par de aclaraciones y diversas apostillas, aparte de las meramente léxicas (nueit=noche, ý havía=allí tenía, plegás=recogiese, yus sí=bajo sí, esconfitos=derrotados, aturar=parar, taula=mesa, cadiras=poltronas, sillones, etc).
El grueso de la caballería bizantina era catafracta, es decir, acorazada con escamas metálicas, tanto caballos como jinetes, y era considerada invencible en una carga en campo abierto; los turcos, en cambio, solamente disponían de ágiles jinetes flecheros. En cuanto a los uzos (en griego oυζος, en turco oguz), aunque reclutados en los Balcanes, eran tan turcos o más que los selyúcidas o turcomanos, a los que se pasaron en masa antes del combate.
La "alta montaña" a la que subió Romano IV fue sin duda el monte Sipan (en turco, Süphan Dagi), un volcán apagado, que alza su cráter hasta los 4.058 msnm, entre Manciquerta y la margen septentrional del lago Van.
La primera apostilla es que, evidentemente, el emperador había dispersado demasiado sus fuerzas (como le reprocha Psellos con toda razón), y había profundizado también demasiado en territorio enemigo, sin suficientes agua ni víveres (como mucho después haría el general Silvestre en Annual, con desastroso resultado). Tampoco confiaría mucho en sus informadores, cuando consumió todo un día oteando personalmente desde el monte Sipan, sin conseguir ver nada, a lo que parece. Además, no se había coordinado bien, nada menos que con la otra mitad de su ejército, ni aun siquiera con su propia retaguardia.
Segunda apostilla: el avance imprudente de sus catafractos, atraídos por la falsa retirada de los turcos, les fatigó en extremo, mientras las alas de la caballería turca estaban aún frescas. La retirada del Emperador hacia su campamento, al final de todo un día de ferragosto peleando al sol - y toda una noche sin poder dormir, a causa de la algara nocturna de los jinetes turcos, era obligada: estaban muertos de sueño, de cansancio y de sed, y allí estaban los camastros, los víveres y, sobre todo, el agua. Fue entonces cuando se encontró envuelto, cayendo en una trampa vieja como el mundo: una típica maniobra de tornafuga. Entonces fue cuando su retaguardia, viendo perdido el núcleo principal del ejército, se retiró tratando de salvarse, en vez de intentar, a su vez, envolver a los jinetes turcos. La retirada de su retaguardia, al mando de Andrónico Ducas, convertida en huida, se pareció muchísimo a una traición.
Sin embargo, se estima que en Manciquerta, después de todo, quedaría aniquilado apenas 1/5 del ejército imperial. El desastre militar no habría sido, pues, irreparable.
Tercera apostilla: la fatalidad de caer prisionero jamás pudo haberle acontecido al Sultán, que supervisaba todo desde una altura, y que habría podido ponerse fácilmente a salvo llegado el caso. El propio sultán no acababa de creer que el Emperador hubiera puesto su persona, innecesariamente, en semejante riesgo.
En suma: no cabe duda que tanto la estrategia como la táctica turca fueron superiores y, a pesar de su dificultad de ejecución, impecablemente realizadas.
Por su parte, el Emperador demostró un extraordinario valor personal y un heroísmo ejemplar, que nadie por otra parte le exigía, pero nunca supo por dónde le llegó un enemigo que él creía bien lejos, y fue notoriamente incapaz de resolver adecuadamente su logística ¡el agua en pleno agosto junto a un lago salado! ni de concebir un plan de ataque, aspectos esenciales que sí eran su responsabilidad principal. En cuanto a diplomacia, le habría bastado aceptar la paz que le ofrecieron antes de la batalla. Pero es que después, ya prisionero, la lección soberana se la dio el caudillo turco, que se comportó con él con la grandeza de un rey, después de que el Emperador se hubiese comportado con los embajadores turcos como un cabo primero.
Hay, sin embargo, un punto de primordialísima importancia, sobre el que carecemos absolutamente de datos: el número de componentes del ejército selyúcida. Las fuentes, tras reconocer que desconocen ese dato, insisten sin embargo, paradójicamente, en la superioridad numérica del ejército imperial.
Consecuencias políticas de la batalla de Manciquerta (agosto de 1071)
Estas consecuencias fueron de una magnitud difícil de creer.
Escribe Ostrogorsky en [1], p. 339: «Fue este feroz epílogo el que convirtió la derrota sufrida en [Manciquerta] en una verdadera catástrofe.»
Quienes en Constantinopla habían aupado al poder a Romano Diógenes quedaron convencidos de que habían elegido a un candidato inadecuado, y quienes se opusieron a su encumbramiento utilizaron decididamente la derrota de Manciquerta para librarse de él. Psellos reconoce el sobresalto que les causó el saber que al cabo de una semana estaba libre, y que regresaba a Constantinopla para retomar el mando y, muy probablemente, para aplicar merecidísimo castigo a los traidores que le habían abandonado frente al enemigo. Tal vez este terror al castigo encierre la clave del bárbaro trato que infligirían preventivamente al desdichado Emperador.
Lo peor fue que la corrección del presunto error le costó a Bizancio todo el interior de Anatolia, unos 500.000 km2. Para siempre. Es increíble.
Se hubiera podido perfectamente recomponer el ejército, y repetir el ataque tantas veces como hubiera sido preciso, hasta ganar la guerra, como había hecho la República Romana después de cada victoria de Aníbal.
En vez de eso, asumiendo que el causante de todos los males era el Emperador advenedizo, y olvidando a los invasores turcos, los intrigantes politicastros de Constantinopla convirtieron una batalla perdida, en el mayor desastre de la Historia de Bizancio, un desastre del que jamás se repondría. Y no solamente eso, sino que el pueblo armenio, que había confiado en el apoyo de Bizancio, se vio entregado inerme en poder de los nuevos conquistadores, y sumergido para los siglos venideros en el océano de una nueva etnia y de una nueva religión.
En cuanto a Romano IV, a quien Alp Arslan había tratado con todo respeto, fue depuesto in absentia, al igual que la emperatriz Eudoxia, que fue recluida en un convento. Se sublimó para ello al Imperio al joven Miguel VII Ducas, al que Ostrogorsky ([1], p. 339) califica de «mísero discípulo de Psellos, un ratón de biblioteca que desconocía la vida real». Hubo una breve contienda civil, y Romano IV fue cegado por los propios bizantinos, y enviado a un convento a la pequeña isla de Proti (Πρωτη, en turco Kinaliada), en el Mar de Mármara (no confundir con la isla homónima en el Mar Jónico, junto a la costa occidental del Peloponeso), donde murió en 1072.
Las tres primeras Cruzadas
Siguió una crisis de diez años. Alejo Comneno, sobrino de Isaac I, destronó al Emperador Nicéforo III Botaniates, y fue coronado Emperador en Santa Sofía. Con sus reformas inició un verdadero renacimiento, frenando a los enemigos exteriores primeramente en Europa. Alejo I Comneno, con su hábil diplomacia, conseguiría que el papa Urbano II predicara la Cruzada. De Occidente llegaron a Bizancio, no los mercenarios solicitados, sino numerosos ejércitos autónomos, que el hábil Alejo I consiguió encauzar en Asia contra los enemigos del imperio. Se frenó así a los turcos, alejándolos del Egeo, y todas las conquistas de los potentados occidentales en la costa de Levante se acabarían sometiendo al Imperio, con la excepción del reino de Jerusalén. Pero el sultanato de Rum siguió firmemente enraizado en el corazón de Anatolia.
Último intento: Miriocéfalos (17 de septiembre de 1176)
Manuel I Comneno (1143-1180) protagonizó el climax del renacimiento del poder bizantino. Animado por notables éxitos en diversos frentes, en 1176 decidió atacar Iconion, corazón del sultanato de Rum.
Rompió con el Sultán Kilidiš Arslan y, en un esfuerzo supremo, avanzó con un gran ejército provisto de máquinas de asedio contra Iconion. Cuando atravesaba el puerto de Miriocéfalos, en Frigia, (17 sep 1176), el ejército bizantino fue rodeado por los turcos y aniquilado. El propio Emperador comparó este desastre con el de Manciquerta.
Poco después del desastre, el emperador Manuel I adoptó una decisión que el poeta Constantino Kavafis glosaría en 1915 en griego demótico con estos versos:
Ο βασιλεύς κυρ Μανουήλ ο Κομνηνός
μια μέρα μελαγχολική του Σεπτεμβρίου
αισθάνθηκε τον θάνατο κοντά. Οι αστρολόγοι
(οι πληρωμένοι) της αυλής εφλυαρούσαν
που άλλα πολλά χρόνια θα ζήσει ακόμη.
(El basileus don Manuel Komneno
un melancólico día de septiembre
sintió la muerte cerca. Los astrólogos
(pagados) de palacio de aseverar
no cesaban que otros muchos años viviría.)
Ενώ όμως έλεγαν αυτοί, εκείνος
παληές συνήθειες ευλαβείς θυμάται,
κι απ' τα κελλιά των μοναχών προστάζει
ενδύματα εκκλησιαστικά να φέρουν,
και τα φορεί, κ' ευφραίνεται που δείχνει
όψι σεμνήν ιερέως ή καλογήρου.
(Mas, mientras ellos parloteaban, él
viejas piadosas costumbres recuerda,
y de las celdas de los monjes dispone
que hábitos eclesiásticos le traigan,
y de ellos revestido, disfruta mostrando
el aspecto venerable de un sacerdote o un calogero.)
Ευτυχισμένοι όλοι που πιστεύουν,
και σαν τον βασιλέα κυρ Μανουήλ τελειώνουν
ντυμένοι μες την πίστι των σεμνότατα.
(Dichosos todos los que creen, y
como el basileus don Manuel, acaban
venerablemente revestidos de su fe).
Tras esta abdicación, ya no habría nuevos intentos militares a gran escala. Bizancio estaba agotado.
La IV Cruzada
Llegaría en 1204 el horror de la IV Cruzada, declarada pseudo-cruzada por el papa, y cuyo único resultado sería la toma de Constantinopla por los latinos. En el subsiguiente concienzudo saqueo todo fue pillado -bienes privados y públicos, mosaicos, iconos, reliquias- y rematado con incendios. Para calificarlo no se pueden encontrar ni adjetivos ni precedentes, fuera de las invasiones de los bárbaros. Sí se encuentra un lejano consecuente: el saqueo sistemático de la mitad oriental de Aragón por las hordas procedentes de Cataluña entre julio de 1936 y marzo de 1938. En Constantinopla, la pseudo-cruzada destruyó el Imperio Griego, implantando un efímero Imperio Latino, pero al coste de sembrar para siempre un odio profundo - y archijustificado- contra los latinos.
Reconstrucción del Imperio Griego (1261)
Reconstruido Bizancio en 1261 por la dinastía Paleólogo, se recurriría contra los turcos –ya en el año 1300- a los almogávares aragoneses, concluyendo a la postre también este episodio de la peor manera posible, y me refiero exclusivamente a los intereses de Bizancio. (Ver al respecto la segunda parte de mi artículo titulado Tres intervenciones aragonesas pro-Bizancio, en www.lirgua.com, en la que comento la expedición de los almogávares a Constantinopla, al servicio del Emperador Andrónico II).
Después llegaría la Peste Negra de 1348, coincidente con una suicida guerra civil, la llamada Guerra de los dos Andrónicos, mientras los turcos otomanos ponían pie en Europa. Después, ya todo sería una caída sin fin y sin remedio hasta la catástrofe definitiva de 1453. Los mismos bizantinos fueron forjando su propia ruina, hasta la heroica muerte frente al enemigo del último Emperador, Constantino XI Paleólogo.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Historia del Estado Bizantino; autor: G. Ostrogorsky; editor: Akal/Universitaria, Madrid, 1983.
[2] Libro de los Emperadores; versión en aragonés auspiciada por Fray Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre (1377-1396) de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, y basada en los libros XV-XVIII de la Epítome historiōn (Eπιτομη ιστοριων, Compendio de historias), conocido como Epítome, del cronista bizantino Juan Zonaras (s. XII); edición moderna de Adelino Álvarez Rodríguez; fuentes bizantinas de Francisco Martín García; editorial Larumbe, Zaragoza, 2006.
[3] Chronographie; autor: Miguel Psellos; edición del texto griego y traducción francesa: Émile Renauld; París, 1925 (Tomo I) y 1928 (Tomo II).
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NOTAS
(1) Fue rey de Aragón y de Pamplona (1104-1134), por herencia de su hermano Pedro I; rey de León, Castilla, Galicia y Toledo e Imperator totius Hispaniæ, por matrimonio (1109) con Urraca, hija de Alfonso VI; y rey de Zaragoza (1118-1134) por conquista. La hasta entonces musulmana ciudad de Zaragoza se le entregó el miércoles 18 de diciembre de 1118. Desde 1114, en que repudió a su esposa, fue dejando de utilizar los títulos ganados por su matrimonio, matrimonio que nunca funcionó. Tanto Toledo como Zaragoza eran los respectivos antiguos reinos de taifas. Como jefe militar que era, fue obedecido en parte de los reinos patrimoniales de su esposa hasta la muerte de ésta en 1126.
(2) … παρα τον Κεντριτην ποταμον, ευρος ως διπλεθρον, ος οριζει την Αρμενιαν και τεν των Καρδουχων χωραν. (… junto al río Centrites, de dos pletros de ancho, que divide la cora de Armenia de la de los carducos.)
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